El Arte que Habita el Campus: Murales y Monumentos que Narran Nuestra Identidad

Rara vez se considera en una universidad como una galería de arte. Y sin embargo, quienes recorremos sus pasillos, patios o auditorios, sabemos que el arte también está presente entre aulas y bibliotecas. Murales que hablan del pasado y el presente, estatuas que honran figuras clave o que simplemente invitan a detenerse a reflexionar, forman parte del paisaje cotidiano… aunque a veces pasen desapercibidos. Por eso nace esta plataforma digital: un espacio dedicado a documentar, visibilizar y dar valor al arte público presente en nuestra universidad.

Nuestro campus no solo es un espacio de aprendizaje académico, también es un espacio de expresión artística. En sus muros y jardines encontramos murales que retratan luchas sociales, identidad cultural, historia universitaria, ciencia, arte y futuro. Al mismo tiempo, las estatuas que nos rodean nos recuerdan a personajes ilustres o ideas universales que forman parte del espíritu de la institución. Esta plataforma nace como un proyecto de registro, difusión y apreciación del arte monumental dentro del campus. Una invitación a mirar de nuevo lo que creíamos conocer.

¿Qué encontrarás en esta plataforma digital?

1. Mapa interactivo de arte universitario

2. Fichas descriptivas por obra

El arte dentro de la universidad no es decorativo: es identidad, es historia, es pensamiento crítico. Cada obra representa una parte de lo que somos como comunidad académica. Esta plataforma es una forma de preservar esa memoria visual, de abrir espacio a la reflexión estética, y de inspirar a nuevas generaciones a seguir creando. Así que la próxima vez que camines por el campus, levanta la vista. Mira ese mural que quizás viste mil veces sin detenerte. Esa monumento en medio del jardín tiene algo que decirte. Y ahora, también tiene un lugar donde contar su historia.

La presencia de murales y estatuas en una universidad no es casual. Muchas de estas obras han surgido en momentos clave: aniversarios institucionales, movimientos sociales, homenajes, proyectos de investigación o incluso como resultado de talleres abiertos a la comunidad. Este arte es también una herramienta educativa y un puente entre disciplinas.

La razón de esta página

La creación de una sitio web institucional dedicada exclusivamente al arte público presente en el campus universitario —especialmente murales y esculturas— representa mucho más que una simple recopilación visual: es una acción concreta de preservación patrimonial, un acto de reconocimiento simbólico y una invitación abierta a la reflexión colectiva sobre la identidad que nos define como comunidad académica. Esta plataforma se convierte en un archivo vivo que rescata obras muchas veces olvidadas por el paso del tiempo, el desgaste o la costumbre, y les devuelve su capacidad de hablar, de contar historias, de despertar emociones y de generar diálogos intergeneracionales e interdisciplinarios. A través de ella, estudiantes, docentes, visitantes y trabajadores podrán acceder a una cartografía cultural del campus que les permita no solo ubicarse en el espacio físico, sino también reconocerse en las luchas, los ideales, los homenajes y las expresiones estéticas que han moldeado el alma institucional a lo largo de los años. Además, al ofrecer rutas temáticas, recorridos virtuales, recursos didácticos, fichas técnicas y testimonios, esta plataforma digital se transforma en una herramienta transversal que puede ser utilizada tanto en la docencia como en la investigación, en la extensión cultural o incluso en la proyección institucional hacia el exterior. En un momento donde el patrimonio cultural suele verse relegado frente a la urgencia de lo administrativo o lo académico, esta iniciativa devuelve al arte su lugar central como lenguaje sensible, político y pedagógico, reforzando la idea de que una universidad trasciende ser únicamente un espacio de formación profesional, sino también un territorio simbólico en el que el pensamiento crítico, la memoria colectiva y la creatividad visual encuentran formas concretas de expresión. Así, esta plataforma digital no solo sirve para mirar el arte del campus, sino para entenderlo, cuidarlo, habitarlo y seguir creándolo.

Esta parte de la página esta dedicada a la información general de estas maravillosas obras de arte, y si queremos conocer mas de ellas tenemos una sección individual para cada una.

Miguel de Cervantes Saavedra: Un Retrato Oxidado del Genio Literario

En el corazón del Corredor Escultórico de nuestra universidad, se alza una obra que trasciende el tiempo y el metal. Se trata de la escultura "Miguel de Cervantes Saavedra", creada en 2023 por el artista Guillermo Villanueva, quien emplea la técnica del arte con materiales de material reciclado para dar forma a figuras de gran fuerza simbólica y expresiva. Esta pieza no solo rinde homenaje al más célebre autor de las letras españolas, sino que transforma su legado en una presencia física, tangible, que invita al espectador a detenerse, observar y reflexionar. Este trabajo se integra con naturalidad al espacio abierto que lo rodea, bajo iluminación natural, lo que permite que la obra respire y se transforme visualmente a lo largo del día, dependiendo de la hora, la luz y el ángulo del espectador.

La escultura rinde homenaje a Miguel de Cervantes, figura fundamental de la literatura española y universal. Su obra cumbre, Don Quijote de la Mancha, no solo inauguró una nueva forma de narrar en la historia de la literatura, sino que instaló temas atemporales como la lucha entre la realidad y la ilusión, la transformación del individuo frente al mundo, y la eterna búsqueda de sentido en un entorno caótico. Estas ideas se ven traducidas simbólicamente en la escultura a través de su composición piramidal, que —como señaló la maestra Zoraya Valdiviezo, de la Facultad de Artes— “no tiene pierde” desde ningún ángulo: siempre ofrece una lectura posible, siempre se impone con fuerza visual y conceptual.

Miguel De Cervantes Saavedra - Letras Españolas

Ubicada estratégicamente en el Corredor Escultórico, esta obra no solo embellece el entorno, sino que se convierte en una parada obligatoria para quienes estudian, enseñan o simplemente disfrutan del arte y la literatura. Es, sin duda, un punto de encuentro entre disciplinas, donde convergen el arte visual, la historia, las letras y la pedagogía. La elección de materiales reciclados añade además una dimensión ética y ecológica: nos recuerda que del desecho puede surgir la belleza, y que la memoria cultural también se construye sobre los fragmentos del tiempo.

La escultura de Cervantes es mucho más que una figura estática; es un símbolo de lo que significa estudiar Letras Españolas en un entorno universitario comprometido con la cultura, la creatividad y la reflexión crítica. Es un llamado a mirar hacia atrás para entender mejor quiénes somos y hacia dónde queremos ir. Y en ese viaje, el arte, como la literatura, nos ofrece siempre nuevas formas de ver el mundo.

Uno de los aspectos más notables de esta obra es su estado de oxidación, una reacción química natural provocada por la exposición del metal a los elementos del entorno, como el aire y la humedad. Pero lejos de ser un accidente o una consecuencia meramente física, la oxidación es parte integral del lenguaje estético de la obra. Según la visión artística de la maestra Valdiviezo, el uso intencional de material reciclado por parte del autor tiene como objetivo provocar precisamente esa transformación, dándole a la escultura un aura de estética "olvidada". Esta pátina rojiza y envejecida sugiere no solo el paso del tiempo, sino también el proceso de memoria y olvido que afecta incluso a las grandes figuras culturales, a modo de el metal mismo nos recordara que todo lo que es sólido, incluso el legado más ilustre, también se erosiona y muta con los años.

Desde el punto de vista visual, la obra se aleja del realismo tradicional y se acerca a una propuesta altamente abstracta, permitiendo que cada espectador interprete las formas metálicas según su propia sensibilidad. Y, sin embargo, esa abstracción no impide el reconocimiento: hay en la escultura algo indiscutiblemente cervantino, quizás por la energía detenida que parece emanar de la estructura, o por la tensión entre lo fragmentario y lo monumental. Es, como acertadamente expresó la artista, “un equivalente a un retrato”, no en el sentido figurativo, sino como una interpretación libre del espíritu y la fuerza simbólica del autor que representa.

Esta obra trasciende ser únicamente una escultura en homenaje a Cervantes: es también una invitación a explorar los cruces entre arte, literatura, historia y memoria. Su presencia en el campus nos recuerda que la universidad trasciende ser únicamente un espacio de tránsito académico, sino también un territorio simbólico, donde cada rincón puede hablarnos, interpelarnos y ofrecernos una nueva perspectiva del conocimiento. En ese sentido, la escultura de Cervantes es también un aula abierta, un texto visual que nos obliga a detenernos y a repensar nuestra relación con la cultura, con el arte y con los legados que —aunque parezcan firmes— siempre están en transformación.

William Shakespeare: El Legado Inmortal del Lenguaje Forjado en Metal

En el recorrido del Corredor Escultórico de nuestra universidad, una figura de metal emerge entre la luz natural y el paisaje abierto: se trata de la escultura "William Shakespeare", creada por el artista Guillermo Villanueva en el año 2023. Esta pieza, realizada con material de material reciclado, representa mucho más que un homenaje visual al dramaturgo más influyente de la lengua inglesa; es una reflexión artística sobre la permanencia del lenguaje, la transformación de la memoria y el diálogo entre el arte contemporáneo y los pilares de la cultura literaria.

William Shakespeare, autor de obras como Hamlet, Macbeth, Otelo y Romeo y Julieta, es universalmente reconocido como una de las voces más profundas de la literatura. Su dominio del inglés no solo fue literario, sino también lingüístico: enriqueció el idioma con nuevas palabras, giros idiomáticos y expresiones que aún forman parte del habla cotidiana.

William Shakespeare - Lengua Inglesa

Pero más allá del lenguaje, Shakespeare supo capturar la esencia de lo humano: sus tragedias, comedias e historias resuenan por su tratamiento de la ambición, el amor, el dolor, la traición y la lucha interna. Esa complejidad emocional y filosófica encuentra un eco visual en esta escultura abstracta que, lejos de un retrato realista, apuesta por representar una presencia conceptual del autor.

Según la maestra Zoraya Valdiviezo, de la Facultad de Artes, esta obra es “un equivalente a un retrato”, con una composición piramidal que garantiza un impacto visual desde cualquier ángulo. Esta estructura transmite solidez, jerarquía y estabilidad, cualidades que también podríamos asociar al legado de Shakespeare, cuya influencia permanece firme a través de los siglos. Sin embargo, lo que realmente define a esta escultura es su abstracción: sus formas fragmentadas, su textura cruda, la fusión de piezas metálicas recuperadas, todo apunta a una lectura abierta, simbólica, en la que cada espectador puede proyectar su propia interpretación del dramaturgo.

Uno de los elementos más destacados de esta escultura es el proceso natural de oxidación que ha comenzado a manifestarse con el paso del tiempo. Este fenómeno químico, provocado por la exposición a los elementos, no es un accidente, sino parte del diseño poético de la obra. La oxidación del metal evoca una estética “olvidada”, según la visión de la maestra Valdiviezo, a modo de la figura de Shakespeare emergiera de las ruinas del tiempo, no como algo deteriorado, sino como algo rescatado, redescubierto, revitalizado. La material reciclado, símbolo de lo descartado, se convierte aquí en material noble; el óxido, lejos de ser corrosión, se vuelve metáfora del tiempo que transforma, que deja huella, que recuerda.

Iluminada únicamente por la luz natural, la escultura cambia a lo largo del día. Bajo el sol del mediodía brilla con fuerza, y al atardecer se ensombrece, a modo de las emociones que Shakespeare dramatizó en su obra también se reflejaran en los cambios sutiles de color y forma que produce la luz. Es una pieza viva, que respira con el entorno, que se desgasta y embellece con el clima y las estaciones.

Más que un adorno, más que un punto de interés estético, la escultura de William Shakespeare es un acto de conexión entre épocas, entre lenguajes, entre formas de crear y comprender el mundo. Su lugar en el Corredor Escultórico convierte al campus en un espacio de diálogo entre las humanidades y las artes visuales, entre la tradición y la experimentación. Para quienes estudian Lengua Inglesa, este monumento es una invitación constante a releer, reinterpretar y redescubrir no solo a Shakespeare, sino también el poder del lenguaje como forma de arte, pensamiento y transformación.

Peitho: La Voz del Metal que Persuade

Al caminar por el Corredor Escultórico, entre tantas obras que te hacen pensar, una de ellas me detuvo especialmente. Peitho, una monumento de una cabeza, cuya presencia es tan fuerte que parece llenar el espacio por sí sola. Aunque no sabía mucho sobre la obra al principio, algo en ella me cautivó. Al acercarme más, pude leer la placa: "Peitho – Periodismo", una escultura creada por Guillermo Villanueva en 2023.

Peitho, en la mitología griega, es la diosa de la persuasión y la elocuencia, lo que inmediatamente me hizo pensar en cómo el poder de la palabra puede mover montañas, ya sea en una conversación, en un discurso, o en la escritura. Aunque esta monumento no está dedicada directamente al periodismo, su ubicación en la Facultad de Periodismo la convierte en una obra profundamente simbólica para los estudiantes y docentes de esta disciplina, quienes día a día se enfrentan al arte de la persuasión y la comunicación efectiva.

Lo que más me llamó la atención fue la abstracción de la figura. no constituye un retrato tradicional; la cabeza parece estar en una constante conversación consigo misma, reflejando esa capacidad de la palabra de ser poderosa y compleja. La composición piramidal de la escultura le da un impacto visual que no pierde fuerza, sin importar desde qué ángulo la mires. La postura de la cabeza es elegante, fluida, transmitiendo seguridad y confianza. Esa seguridad de la que se habla cuando las palabras son ciertas y están bien dichas.

El uso de material de material reciclado para construirla es otro detalle fascinante. La oxidación del metal, provocada por el paso del tiempo y la exposición a los elementos, le da una textura única que parece contar una historia de su propio desgaste. No es una escultura perfecta, y precisamente ahí está su belleza: el proceso de oxidación parece darle un aire de "estética olvidada", a modo de la monumento misma hubiera existido durante siglos, viendo el mundo cambiar a su alrededor.

No conocía a Guillermo Villanueva antes de ver esta escultura, pero ahora me encantaría conocer más sobre su trabajo. Al ver cómo logra transformar el metal, un material normalmente asociado con lo industrial, en algo tan lleno de poesía, me doy cuenta de que el arte tiene el poder de cambiar completamente la forma en que percibimos lo cotidiano. Y esta cabeza de Peitho, ubicada en la Facultad de Periodismo, parece recordarnos que la persuasión, el arte de la comunicación y la elocuencia no son solo habilidades prácticas, sino también profundamente artísticas.

Griega Peitho - Periodismo

A medida que continuaba observando Peitho, mi entendimiento de la obra comenzó a transformarse, y lo que inicialmente parecía una figura abstracta se fue abriendo como un complejo entramado de significados. La cabeza, reducida y simplificada, casi despojada de detalles superfluos, tiene un poder que emana de su mismo vacío. Aquí, la abstracción no es un mero capricho estético, sino un vehículo para liberar a la figura de cualquier representación específica o restrictiva. Al eliminar las características faciales detalladas, Villanueva deja que la esencia misma de Peitho trascienda cualquier identidad individual y se convierta en un símbolo universal de la persuasión, la influencia y el impacto que la palabra puede tener.

Es aquí donde comienza a destacarse la composición piramidal que menciona la maestra Zoraya Valdiviezo. Al mirar más de cerca, compruebo que no se trata solo de una simple estructura visual. La pirámide, en su forma compacta y sólida, parece ser una alegoría de la construcción del pensamiento, de cómo las ideas se agrupan y se refuerzan sobre una base firme. La parte superior, estrechada y aguda, indica cómo, desde la simplicidad de un concepto claro, se puede generar un impacto profundo y resonante. Este es el proceso esencial del periodismo, de la persuasión efectiva: tomar las ideas fundamentales y convertirlas en algo que no solo se entienda, sino que se sienta, que conmueva, que impulse a la acción.

Además, la textura del metal oxidado aporta una dimensión de historia y memoria, que me invita a reflexionar sobre la naturaleza efímera de las palabras y las ideas. El paso del tiempo y la exposición de la obra a los elementos provocan una reacción que da lugar a una pátina que oscurece el metal y lo dota de un aire de desgaste, de algo que ha vivido, que ha sido expuesto a las vicisitudes de la existencia. Sin embargo, esa oxidación no es un signo de deterioro, sino de transformación. Las palabras y las ideas, como el metal, están sujetas al paso del tiempo, y así como una monumento envejece y se oxida, también las narrativas y los discursos, aunque puedan cambiar, siguen siendo poderosos a través de su persistencia.

Esta reflexión me lleva a considerar el uso de la material reciclado como material. En lugar de emplear un metal pulido y refinado, el artista ha elegido piezas de desecho, que evocan una connotación de lo reutilizado, lo recontextualizado, lo que de alguna manera recuerda a los propios procesos del periodismo. El periodista, como Peitho, toma fragmentos dispersos de información, a menudo incompletos o fragmentados, y los organiza, los presenta, los transforma en algo coherente, con poder de persuasión. Al elegir este material, Villanueva también resalta la idea de que las ideas, como los materiales, pueden ser recicladas y elevadas a nuevas alturas. Es una representación visual de la capacidad humana de hacer algo significativo a partir de lo que, en apariencia, es descartado o de poco valor.

Lo que comenzó como una observación casual se ha convertido en una profunda reflexión sobre los elementos fundamentales del periodismo: la capacidad de influir, la construcción de narrativas poderosas, el paso del tiempo y el impacto de las ideas en la sociedad. La monumento de Peitho se presenta, entonces, no solo como un tributo a la diosa griega, sino como una meditación sobre cómo la persuasión no solo reside en el lenguaje, sino también en la forma en que las ideas se transmiten y se transforman con el tiempo. Es un recordatorio de que el periodismo, al igual que el arte, no es estático. Es un proceso dinámico, una creación constante, tanto de contenido como de significado.

Conforme más tiempo paso ante la escultura, más entiendo que trasciende ser únicamente una pieza artística, sino también una lección visual sobre el poder transformador de la palabra y el impacto duradero de la comunicación efectiva. Peitho, la diosa que persigue la verdad, que abraza la elocuencia, se convierte en algo más que una representación mitológica: se convierte en un reflejo del periodismo mismo, en su capacidad para transformar la sociedad y dejar una huella indeleble en el pensamiento humano.

Heródoto – Historia: Reflexiones sobre una Cabeza que Desafía la Comprensión

Al ingresar al Corredor Escultórico, me encontré con una obra que inicialmente me dejó confundido: una monumento que representa la cabeza de Heródoto, el considerado padre de la historia. No es la primera vez que veo una obra de Guillermo Villanueva en este espacio, y aunque en general disfruto de sus esculturas, esta pieza en particular me desconcertó. Quizás porque no conocía a Heródoto, o quizás porque la obra misma, aunque impactante, no parece ofrecer respuestas fáciles. De cualquier manera, decidí detenerme, observar más de cerca y tratar de entender lo que podría estar diciendo el autor con esta escultura.

Heródoto - Historia

Una Cabeza Abstracta, pero con Propósito

Al ver la escultura de Heródoto en el Corredor Escultórico de la Facultad de Historia, me sentí, sinceramente, un poco perdido al principio. Y no es que me falte el conocimiento sobre arte, ni mucho menos; más bien, es que la obra tiene algo abstracto que me desafió a conectar los puntos. Y, claro, como aficionado al arte, siempre me gusta pensar que hay una razón detrás de cada elección del artista, aunque esa razón sea un poco confusa para los demás. Así que, mientras estaba ahí, contemplando esa cabeza oxidada de Heródoto, comencé a cavar más profundo.

La monumento es solo la cabeza de Heródoto, y es en su abstracta representación donde comienza la primera desconexión para mí. Mientras que las otras esculturas de Villanueva, como las de Miguel de Cervantes o William Shakespeare, me parecieron claramente definidas, con formas reconocibles y una relación obvia con el tema representado, esta obra parece más un ejercicio de reducto. Heródoto, el historiador que documentó las guerras médicas y exploró culturas diversas en su obra Historias, es presentado aquí de una manera despojada, reducida a su cabeza, pero con una abstracción que no permite la fácil interpretación. Esto me hizo preguntarme: ¿por qué solo una cabeza? ¿Es un comentario sobre cómo la historia, como la mente humana, es solo una fracción visible de algo mucho más complejo? O quizás es una referencia a la fragilidad de la memoria, un recordatorio de que las historias no siempre se mantienen intactas con el paso del tiempo.

El uso de la material reciclado para construir la monumento también me hizo reflexionar. La textura oxidada del metal no es casual, como se ha mencionado en otras obras de Villanueva. Aquí, la oxidación parece representar el paso del tiempo, el envejecimiento de la memoria histórica. Pero la pregunta que me surge es: ¿realmente es esta la mejor manera de representar a Heródoto, un hombre que ha sido una figura clave para preservar historias y relatos? La oxidación, que le da ese aire de algo olvidado o perdido, podría interpretarse como una metáfora del olvido de la historia, una historia que, aunque vital, también está en constante peligro de desaparecer bajo las capas de tiempo y olvido. A pesar de que esta interpretación tiene peso, la abstracta naturaleza de la obra y su enfoque en solo una cabeza hacen difícil un juicio claro y preciso.

¿Qué Significa Realmente la Escultura?

Heródoto, como historiador, no solo relató hechos, sino que también integra la cultura y las costumbres de los pueblos en sus escritos, proporcionando una visión mucho más rica y compleja que simplemente una narración de hechos. quizás Villanueva quiso reflejar esta complejidad al presentarnos a Heródoto de una manera abstracta, sin las características típicas de un retrato clásico, despojando a la figura de cualquier contexto adicional que distraiga de la idea central. ¿Por qué sólo una cabeza? ¿Es esta una referencia a la importancia de la mente histórica, a la forma en que la historia está codificada en el pensamiento? Es un acercamiento a una figura cuya influencia no es visible en su cuerpo, sino en las ideas que dejó, en su capacidad de estructurar, pensar y organizar la historia humana. Heródoto como pensamiento, como historia no contada, como una cabeza que no necesita cuerpo, porque lo que hizo fue crear la forma en que entendemos lo que somos.

Lo primero que me saltó a la vista fue que esta monumento es solo la cabeza de Heródoto. ¿Por qué no su cuerpo, como ocurre con muchas figuras históricas en otras esculturas? Lo primero que pensé fue que la cabeza podría simbolizar la mente, la cognición y cómo las ideas de un historiador —o de cualquier pensador— no se limitan al cuerpo, sino que trascienden físicamente. Pero al mismo tiempo, ¿no es un poco raro que la figura más importante de la historia de la humanidad, que documentó tantas culturas y costumbres, esté representada en una forma tan fragmentada?

Es algo que me hizo pensar: quizás Villanueva, el autor de la escultura, buscó subrayar el proceso de pensamiento, cómo la historia es más que lo que se ve en el exterior. Es más como una mente en constante cambio, que no necesita cuerpo para existir. Es un pensamiento abstracto, pero claro, de nuevo, un aficionado como yo a veces tiende a darle vueltas a estos detalles que a lo mejor no son tan relevantes… pero ahí está, me hizo pensar.

Sin embargo, lo que me desconcierta profundamente es la ubicación de esta obra. Al estar situada en la Facultad de Historia, me parece un intento de reforzar el concepto de que la historia no se encuentra solo en los libros o en las narraciones. Está presente también en las memorias fragmentadas, en las interpretaciones de la gente, y, de alguna manera, en la descomposición misma de los relatos históricos a través del tiempo. El hecho de que la cabeza sea abstracta y parcialmente oxidada podría estar sugiriendo que la historia misma, al igual que la monumento, está en proceso de transformación, de reinterpretación constante, y es solo una parte de un todo más grande que nunca podemos conocer completamente.

Ahora, lo que realmente me atrapó fue el uso del material: material reciclado oxidada. Ya sé, ya sé… es algo que todos los observadores notarán de inmediato, pero este uso del material no puede ser algo al azar. La oxidación, esa corrosión que se ve en el metal, para mí es una metáfora perfecta para la historia misma. Pienso que, con el paso del tiempo, los hechos históricos tienden a cambiar, a “oxidarse”. La memoria colectiva de las culturas, las historias que nos cuentan, se desintegran o se transforman con cada nueva interpretación, hasta que lo que alguna vez fue claro se convierte en algo difuso, o en algo que ya no brilla de la misma manera.

Es fascinante porque eso, para mí, conecta directamente con Heródoto: el hombre que dio forma a cómo relatamos el pasado. Es a modo de la escultura misma estuviera hablando sobre el olvido y cómo todo lo que consideramos sólido y firme se ve afectado por el tiempo. A veces, la historia que conocemos no es la que realmente pasó, sino la historia que el paso del tiempo ha modelado a su antojo, casi a modo de las cosas que encontramos oxidadas fueran las que realmente sobrevivieron.

Mi Perspectiva como Aficionado al Arte y al Autor

Como alguien que sigue el trabajo de Guillermo Villanueva, no puedo evitar admirar la audacia de su enfoque. Sus obras anteriores, como las de Cervantes y Shakespeare, me habían hablado de una forma más directa. Pero esta escultura de Heródoto me obliga a pensar más profundamente, a cuestionar lo que veo y a preguntarme sobre la intención detrás de la forma y el material. Aunque no puedo evitar sentir una cierta desconexión con esta pieza en comparación con las demás, no puedo negar que tiene una carga simbólica que quizás solo puede ser apreciada con el tiempo.

Villanueva tiene una forma única de trabajar con lo abstracto y lo conceptual, algo que puede ser difícil de abordar, especialmente cuando no conocemos al sujeto en profundidad. Mi conocimiento limitado sobre Heródoto también juega un papel importante en mi comprensión de esta obra. Sin embargo, a medida que sigo reflexionando sobre ella, reconozco que esa dificultad inicial también es parte del valor de la pieza: me invita a profundizar más, a investigar más sobre la historia, sobre la figura de Heródoto, y quizás sobre cómo la historia misma se presenta ante nosotros, de forma fragmentada y susceptible a la interpretación.

Aquí es donde quizás me pierdo un poco, pero lo sigo conectando: la monumento está en una Facultad de Historia, ¿verdad? ¿No es curioso que una figura como Heródoto, quien estableció las primeras bases de cómo contar historias y documentar eventos, sea representada de una manera tan fragmentada y oxidada? quizás Villanueva, al poner la cabeza de Heródoto en este estado de descomposición simbólica, está diciendo que la historia nunca está completa, o incluso que no existe una sola verdad sobre el pasado. La historia no se cuenta sola, y mucho de lo que entendemos sobre el pasado es, de alguna forma, el producto de una reinterpretación continua, una reinterpretación que se ve afectada por el tiempo. El propio Heródoto, aunque conocido por su precisión, no fue inmune a los errores de interpretación de su época.

Ahora, no me malinterpretes, lo que estoy diciendo no es que la obra esté criticando a Heródoto. No, no lo creo. Creo que lo que Villanueva realmente quiere expresar es que el pasado, al igual que esta monumento, es fragmentado y siempre está en un estado de cambio. Y lo que puede parecer oxidado o corrupto hoy, quizás mañana se vea de una forma completamente diferente. La escultura no está desprestigiando a Heródoto, sino honrando su trabajo y mostrándonos que, como sus relatos históricos, su propia figura también está sujeta a la interpretación.

Lo sé, es posible que me esté extendiendo un poco. Pero siempre me ha pasado, soy aficionado del arte, y cuando algo me gusta, me absorbo. Yo sé que quizás no sea tan necesario mencionar que Heródoto también fue uno de los primeros en contar historias de otros pueblos, que exploró las costumbres y la geografía de culturas lejanas… pero es que, cuando ves una pieza como esta, no puedes dejar de pensar que todo eso está conectado. El hecho de que Heródoto fuera un observador detallado de los pueblos y sus culturas me parece una pista clave. La escultura de Villanueva, aunque centrada solo en la cabeza, es como un recordatorio de que la historia también está formada por detalles fragmentados, y que nuestra interpretación del pasado es siempre parcial.

Hipatia y su Silencio Lógico

Si uno camina por el Corredor Escultórico con el ritmo de quien no tiene prisa, tarde o temprano se topa con una figura que, aunque hecha de materiales pesados y desechados, no transmite abandono, sino permanencia. Es la cabeza de Hipatia, o al menos lo que yo entiendo como una representación de ella: no un retrato físico, sino una evocación de su esencia. Una síntesis.

Hipatia de Alejandría es uno de esos nombres que aparece en los libros como una chispa fugaz, pero cuyo eco atraviesa siglos. Su pensamiento se encuentra en una encrucijada histórica —la transición entre el mundo clásico y el cristiano— y también filosófica, entre el racionalismo antiguo y la espiritualidad que comenzaba a gestarse con fuerza. Esta escultura, más que rendir homenaje a su imagen, parece querer retomar esa sensación de intersección, a modo de los bordes filosos y los huecos vacíos de la material reciclado quisieran hablarnos de las grietas entre eras, entre ideas, entre formas de conocer.

La obra de Villanueva, quien consistentemente trabaja con metales reciclados, mantiene aquí esa fidelidad a los materiales con pasado, aunque en este caso no creo que la oxidación sea lo central. Claro, la textura rojiza que con el tiempo va devorando la superficie aporta una sensación de antigüedad, de hallazgo arqueológico, pero no es lo que da vida a la pieza. Lo que verdaderamente atrapa es la composición piramidal —como bien observa la Maestra Valdiviezo— que obliga a que la mirada ascienda, que uno no se quede en la base, sino que suba hasta el vértice, que en este caso es la frente: el lugar del pensamiento, de la contemplación. Eso no parece casual.

Hay algo curioso también en la elección de la forma incompleta, casi fantasmal de la cabeza: no hay cuerpo, no hay brazos que enseñen ni boca que pronuncie. Sólo la cabeza, sola. Y eso me hace pensar en el modo en que muchas veces se recuerda a los filósofos: como seres de ideas sin contexto, sin historia personal. Pero Hipatia no fue sólo ideas; fue cuerpo, fue maestra, fue ciudadana, y fue mártir. ¿Será que esa ausencia corporal es una crítica velada? ¿O quizás una manera de enfocar la atención exclusivamente en su legado intelectual?

En otras obras de Villanueva —pienso en aquella figura casi acrobática que reposa cerca de la entrada principal de la facultad— también hay este juego entre lo pesado y lo etéreo, entre lo que debería anclarse al suelo y, sin embargo, parece alzar vuelo. Aquí, en Hipatia, no hay vuelo, pero hay levitación: la escultura no parece reposar sobre el suelo tanto como surgir de él, a modo de emergiera de la tierra misma.

Quizá lo más bello de esta obra es que no busca explicar a Hipatia, sino invocar lo que representa: una mente que no se apaga, incluso cuando todo a su alrededor parece consumirla. Una llama que resiste en medio del metal oxidado.

Hipatia - Filosofía

Te juro que esta obra me agarró desprevenido. Es una cabeza, sí, como otras que Villanueva ha colocado a lo largo del corredor, pero hay algo en ella que no se deja mirar fácilmente. Y no me refiero a lo abstracto de la forma o al material —eso ya uno lo espera del autor— sino a la sensación que transmite: a modo de te mirara sin mirarte, a modo de pensara algo que no estás listo para entender. Eso… eso me encantó.

Hipatia no es una figura fácil. No fue simplemente filósofa, fue matemática, astrónoma, maestra y pensadora en una ciudad que hervía de tensiones religiosas y culturales. Su nombre resuena entre las calles de Alejandría, entre el polvo de la Biblioteca destruida, entre los ecos de los saberes antiguos. Y quizás por eso Villanueva decide no representarla con claridad. Porque ¿cómo se representa una mente que tocó tantas disciplinas, que no dejó libros, pero dejó discípulos? Una cabeza de metal roto parece más adecuada que un busto clásico de mármol.

Y hay detalles que no se me escapan, o bueno, al menos no quiero que se me escapen. Por ejemplo, el hecho de que sea sólo la cabeza —de nuevo— me parece una elección interesantísima. En vez de mostrarnos el cuerpo de una mártir (que es lo que muchos recuerdan, lamentablemente, por cómo murió), el artista decide mostrarnos el foco de su legado: el pensamiento. No hay manos enseñando, no hay símbolos, no hay adornos. Solo está el pensamiento mismo, abstracto, contenido, atrapado en formas irregulares.

La geometría de la pieza también me da vueltas. Esa composición piramidal que mencionaba Valdiviezo, por ejemplo, a mí me evoca algo más que armonía visual: evoca estructura, jerarquía del saber, un orden intelectual. Es curioso, ¿no?, porque Hipatia enseñaba en la escuela neoplatónica, donde todo giraba en torno a las ideas como formas puras, superiores a lo material. ¡Y esta obra es puro material! Y sin embargo, está construida a modo de quisiera elevarse por encima de sí misma. ¿Casualidad? Lo dudo.

Otro detalle que me fascina es que, pese a que el metal puede parecer duro, frío, la escultura en conjunto tiene algo… melancólico. No sé si es por los huecos, o por la forma en que la luz natural le cae encima, pero tiene esa sensación de sabiduría antigua, de conocimiento olvidado. Y ahí es donde no puedo evitar pensar en el hecho de que Hipatia fue víctima de la ignorancia, del fanatismo, del miedo a lo distinto. ¿Será que la oxidación, que aquí no se vuelve protagonista pero que sigue presente, apunta también a eso? A una sabiduría que resistió, pero no ilesa. A una historia que tuvo que ser reconstruida con piezas rotas, igual que esta escultura.

Y ahí viene lo que más me gusta de esta obra: su ambigüedad. No es un retrato, no es un símbolo cerrado, no es una lección moral clara. Es más bien una invitación. A investigar. A preguntar. A no conformarse con la forma, sino buscar el fondo. Como Hipatia hacía con sus estudiantes.

No sé, quizás me estoy yendo por las ramas, pero me pasa eso con estas obras. Uno empieza viendo una cabeza de material reciclado, y termina pensando en Alejandría, en Platón, en bibliotecas quemadas y en mujeres que enseñaban cuando no podían ni opinar. Eso hace buena una obra, ¿no? Que no se agote en lo que se ve.

Emilia Currás: Estructura en Proceso

Solo quiero decir que esta obra es una que rezono conmigo, antes de esta obra tomé aire y bajé un poco la euforia que me dejó hablar de Hipatia —porque wow, esa pieza realmente se queda dando vueltas en la cabeza, ¿no? Pero bueno, vamos con esta siguiente obra que, aunque puede parecer más silenciosa en un inicio, tiene una profundidad de esas que se abren como capas si sabes desde dónde mirar.

Emilia Currás - Ciencias de la Información

Aquí hay que hacer una pausa. Porque hablar de Emilia Currás es, honestamente, meterse en un mundo denso. No tanto por lo complicado del tema —que lo es, no lo voy a negar— sino porque está tan presente en nuestra vida cotidiana, sin que lo notemos, que uno se siente casi tonto al no haberla conocido antes. A ver, ¿alguna vez te has preguntado cómo se organiza toda la información científica? ¿Por qué los artículos tienen cierto formato? ¿O cómo es que la información se convierte en conocimiento? Pues… ¡ahí entra Currás! Y su “Teoría del Informacionismo” —sí, suena rimbombante, pero es brutalmente actual.
Ella decía que la información no es simplemente datos. Que existe un proceso, una especie de alquimia intelectual donde la información, al ser estructurada, se transforma en conocimiento. Y eso, si lo piensas bien, está en el corazón de esta obra.

Ya vi la foto de la esculturay… ¡mira eso! Otra cabeza. Sí, como las anteriores. Pero esta no mira como las otras. No es serena como Heródoto, ni poderosa como Hipatia. Esta tiene una inquietud más sutil. No sé si lo notaste, pero el trazo del metal parece a modo de estuviera a punto de deshacerse en mil fragmentos de ideas. Es a modo de el artista —otra vez Villanueva, claro— estuviera intentando capturar no a una persona, sino a un sistema de pensamiento. No una figura, sino una mente en constante reorganización.
Hay algo interesantísimo aquí, y me atrevo a decirlo sin temor a parecer exagerado: esta escultura parece pensar por sí sola.
El uso de material reciclado, como en las demás obras, ya sabemos que responde a la búsqueda de lo oxidado, lo olvidado, pero aquí adquiere otro matiz: el metal reciclado funciona como metáfora perfecta para hablar de la información: algo que ya fue otra cosa, pero que se reorganiza, se reestructura, se convierte en conocimiento nuevo. Así como la material reciclado tiene memoria de su forma anterior, la información también carga con su historia. ¿No te parece fascinante?
Y encima, está colocada en el Corredor Escultórico, rodeada de otras figuras del pensamiento. Pero Emilia está ahí, quizás la menos conocida, quizás la más moderna, pero irónicamente, la más presente en nuestra cotidianidad digital, aunque no lo notemos. Porque hoy, en tiempos de sobreinformación, de IA, de algoritmos, ¡todo lo que ella pensó se vuelve urgente!
Yo se que a simple vista esto no parece ser el caso, pero las IA realmente no nos dejan disfrutar o en ciertas ocasiones el simple hecho de disfrutar estos tipos de interpretaciones, no tienen que ser las mas complejas, pero el hecho que sea sobre la información que encontramos la hace topica, curiosamente.

Otra cosa que me encantó es cómo esta escultura no pretende adherirse a cánones estéticos convencionales. No es “bella” en el sentido clásico. Es cruda, abstracta, cortante, a modo de reflejara la complejidad misma de entender qué es la información. Y eso no es casualidad. Villanueva sabe lo que hace: no intenta representarla a ella como figura histórica, sino a su legado como proceso mental. Es una escultura que “funciona” más que la que “representa”. ¿Me explico?

Al mirar nuevamente esta pieza, la escultura de Emilia Currás cobra una carga simbólica más densa, más rica. Al principio, puede parecer simplemente otro retrato de cabeza abstracta, con las marcas propias del lenguaje de Villanueva: la material reciclado soldada, la oxidación, la forma fragmentada y la referencia directa a un personaje clave en su campo. Sin embargo, una vez que se comprende quién fue Currás y lo que aportó —filósofa de la información, teórica del conocimiento, pionera en el pensamiento documental moderno—, la obra se abre como una arquitectura conceptual.

La idea de que Villanueva la construya en material reciclado, como a las demás figuras, ya no se siente una elección solo estética. De hecho, en este caso específico, el uso del metal oxidado y las formas irregulares parecen cargar un matiz casi epistemológico. ¿Por qué? Porque la información, tal como la estudió Currás, no es algo limpio, lineal o fijo. Está estructurada, sí, pero también está mediada por contextos, por sistemas, por el lenguaje, por el soporte. Es caótica al principio, fragmentaria, como una pila de restos que esperan ser organizados… y de pronto, allí está: convertida en conocimiento.

Y es justo eso lo que representa la escultura. Un rostro que emerge de lo aparentemente disonante. Una figura que, aunque abstracta, logra mantener esa composición piramidal que tanto menciona la maestra Zoraya Valdiviezo, lo que significa que la obra nunca pierde su impacto visual sin importar desde qué ángulo se le mire. Es a modo de dijera: “Aquí hay algo que aún no comprendes, pero sabes que tiene un centro.” Y en eso hay mucha poesía. Porque ¿qué es la información sino la búsqueda constante de sentido?

Además, el hecho de que esta figura se halle en el corredor escultórico y no en una facultad directamente asociada con las ciencias duras (como Física o Ingeniería) reafirma la dimensión filosófica de Currás. Villanueva no la reduce a un campo técnico, sino que la eleva como un símbolo de la epistemología contemporánea. Es un rostro que piensa, que no se rinde ante la confusión del caos informacional moderno, sino que busca estructuras, patrones, relaciones. En cierto modo, me atrevería a decir que es la más conceptual de todas las obras del corredor.

Y un detalle que no puedo dejar pasar —aunque pueda parecer anecdótico—: Currás defendía la idea de que el ser humano debía adaptarse a la nueva era de la información a través de un enfoque holístico. No solo científico, sino también ético y filosófico. Y es imposible no sentir que esa intención está en la obra. Que no se trata simplemente de rendirle tributo a una académica, sino de invocar una forma de pensar el conocimiento que aún hoy estamos tratando de comprender.

La escultura no es estática: se siente en transición. a modo de estuviera decodificándose frente a nosotros. a modo de cada fragmento, cada oxidación, cada intersección de metal fuera parte de un proceso más amplio. Y en eso, me parece, Villanueva logra algo muy poderoso: transforma la memoria de una teórica en una pregunta viva. ¿Cómo organizamos el saber en un mundo de exceso informativo? ¿Qué lugar ocupa el pensamiento riguroso en la era del algoritmo?



En resumen, la obra ya no me parece un simple homenaje. Es una representación densa de lo que significa pensar críticamente en una era donde todo parece estar al alcance… pero poco se comprende a profundidad. Y me gusta creer que si Currás pudiera ver esta escultura, encontraría en ella un espejo fragmentado, pero fiel, de la complejidad que tanto defendió.

Paulo Freiré: Pedagogía del Acero

Aquí no solo estamos ante otra pieza más del Corredor Escultórico —ya de por sí fascinante—, sino ante la evocación abstracta de uno de los pensadores más trascendentales del siglo XX: Paulo Freire. Y el hecho de que esta representación haya sido creada por Guillermo Villanueva, quien ha demostrado en cada obra una sensibilidad particular para rendir homenaje a figuras del pensamiento mediante el lenguaje de la materia olvidada, eleva esta pieza a una categoría singular.

Paulo Freiré - Posgrado

Paulo Freire fue, sin lugar a duda, un arquitecto del pensamiento emancipador. Un pedagogo que rechazaba la educación bancaria —esa que deposita datos en el alumno a modo de fuera un recipiente vacío— y que, en su lugar, proponía una praxis liberadora: diálogo, conciencia crítica, reciprocidad. Él no enseñaba desde la autoridad, sino desde la comunión.

Ahora, pensemos por un momento: ¿cómo podría una escultura capturar algo tan inmaterial como la conciencia social? ¿Cómo podría un artista sugerir la transformación interior de un individuo a través de una figura metálica, compuesta por residuos industriales? Ahí es donde Villanueva despliega su genio.
La escultura, al igual que sus hermanas de serie, posee esa estructura piramidal que la ancla al suelo, estable y firme, pero cuya cima —o rostro, si queremos— se proyecta hacia el cielo. Esa verticalidad no es un mero capricho estético: es una metáfora visual del ascenso del pensamiento, de la evolución del ser a través de la educación crítica. Freire no proponía una pedagogía estática; proponía un movimiento ascendente, un proceso de autoconstrucción personal y colectiva. Villanueva, al estructurar la pieza en esta forma ascendente, articula ese mismo ascenso.

El uso de la material reciclado, aunque ya mencionado, aquí adquiere otra dimensión. No me interesa quedarme en la oxidación o en la idea de lo “olvidado” —aunque claramente es parte del discurso—, sino en el hecho de que el material proviene del descarte. Villanueva recoge aquello que la sociedad ha arrojado y lo transforma en símbolo. De igual manera, Freire recogía las voces marginadas, las experiencias silenciadas, los saberes oprimidos, y los convertía en fuentes legítimas de conocimiento. ¿Acaso no hay una armonía extraordinaria entre la materia y el mensaje?

Y no olvidemos el rostro abstracto: porque Freire no fue solo un hombre, fue un pensamiento. No hay aquí un retrato realista —¿para qué lo habría?—. Lo que vemos es la sugestión de una mirada, la insinuación de una conciencia. Es a modo de Villanueva quisiera evitar que nos detengamos en la imagen de Freire como figura histórica, para empujarnos a pensar en él como presencia viva, como una voz que aún interpela a quienes pasan frente a esta escultura.

El gesto es ambiguo, sí, pero hay fuerza, hay intención, hay postura. No es una escultura “cerrada” ni autoritaria, sino abierta. Invita, sugiere, provoca. ¿Y no es eso lo que hacía Freire con sus estudiantes? ¿Desafiarlos a leer el mundo tanto como a leer palabras?


Una última observación —quizá algo innecesaria, pero no puedo evitarla—: cuando pienso en cómo Villanueva dispone el volumen del acero en esta obra, con esos ensamblajes que parecen tener vida propia, pienso también en las comunidades a las que Freire dedicó su vida. En la selva brasileña, en los barrios periféricos, en las aulas improvisadas. Es a modo de cada trozo de metal fuera una voz, una historia, una resistencia. y la escultura, el todo que las reúne y dignifica. Así que no, no estamos ante una simple figura. Estamos ante una pedagogía materializada. Una metáfora hecha cuerpo. Un pensamiento que no se deja oxidar.

Punto medio y Reflexiones

Antes de saltar a la siguiente pieza, déjame reflexionar sobre todas las obras que hemos visto hasta ahora, porque cada una de ellas tiene una narrativa, una chispa particular que las conecta en una especie de red que es mucho más que solo escultura. Desde el inicio, hemos visto cómo Guillermo Villanueva, con su inconfundible estilo, ha utilizado el lenguaje visual de la material reciclado, ese material desechado, para construir homenajes poderosos. La oxidación, el ensamblaje de piezas que parecen tener historias propias, los rostros fragmentados. cada obra está viva, no solo por su composición física, sino por lo que representa: ideas, luchas, pensamientos que resisten el paso del tiempo, como el material mismo.

Las primeras estatuas que tratamos, de figuras como Cervantes y Shakespeare, son absolutamente fundamentales para entender la literatura y el pensamiento occidental. Son obras que, si bien nos recuerdan sus contribuciones al mundo de las letras, también nos hacen pensar sobre lo que significa el poder de la palabra. Cervantes, el inventor de Don Quijote, un hombre que hizo de la locura una reflexión sobre la humanidad misma, se ve reflejado en una figura abstracta que, a mi juicio, evoca tanto el viaje hacia lo épico como lo cómico. Shakespeare, por otro lado, es el maestro de la tragedia humana y, con su estatuaria, nos recuerda el peso de sus palabras, esas que aún resuenan en cada rincón de la lengua inglesa y la literatura universal.

Luego, entramos al terreno de figuras más contemporáneas como Emilia Currás, quien transformó el estudio de la información y la documentación. Su escultura, al igual que la de los otros, nos invita a pensar no solo en la evolución de los campos que ella tocó, sino también en el poder de la información como fuerza transformadora. La cabeza de Currás, especialmente con la referencia a la teoría del informacionismo, es a modo de estuviera recibiendo, organizando y proyectando conocimientos: el mismo proceso que ella promovió en vida.

Y, por supuesto, Paulo Freire, el pedagogo que nos habla de transformación. Como ya mencioné, la escultura de Freire encapsula algo casi visceral de su propuesta pedagógica: la educación como un proceso liberador, donde el saber se encuentra en constante diálogo, siempre buscando la reflexión crítica. La material reciclado, en este caso, se vuelve un símbolo de los desafíos, de los residuos de la opresión, pero también de la resistencia. Freire no solo enseñaba, sino que desafiaba las estructuras. ¡Y eso se siente en su escultura!


En el arte, como en cualquier otra disciplina, todo está interconectado. Mi aprendizaje ha sido un proceso de observación, curiosidad y sobre todo de paciencia. No se trata de tener respuestas rápidas, sino de aprender a hacer las preguntas adecuadas. Con cada obra que ves, con cada autor que estudias, creas una red mental de conexiones. Y cuando te sumerges de lleno en el estudio de una obra como las que hemos tratado, los símbolos, los materiales, las formas y los contextos empiezan a hablar por sí mismos.

Más allá de cualquier tipo de academia, hay algo muy esencial que proviene del simple acto de mirar y reflexionar. Y es esa constante búsqueda la que me hace tan apasionado al hablar sobre estas esculturas, porque en ellas no solo veo el esfuerzo físico del artista, sino también sus pensamientos, sus ideales, sus luchas y su visión del mundo.

En cuanto a cómo veo el arte, me siento como un viajero en una vasta biblioteca, donde cada obra es una página en la que se inscriben pensamientos, emociones, luchas sociales, filosofías, y todo lo que define a una sociedad. Así, al analizar estas estatuas, trato de sumergirme en la atmósfera del autor, de entender su lenguaje visual y de conectar con sus ideas. Pero lo más importante, y lo que realmente me entusiasma, es poder compartir eso con quienes también tienen esa chispa de curiosidad.

Ahora, no sé si me extendí demasiado, pero es que el análisis de estas piezas simplemente me mueve. ¡De veras! Cada una de ellas tiene una historia que contar, una conversación que establecer con el espectador. Y por eso trasciende ser únicamente fascinante hablar de ellas, sino necesario. ¿Quién no querría ser parte de esa conversación?

Rodas

"Rodas", la verdad es que hablar de esta obra me resulta fascinante, casi a modo de estuviera hablando de algo que toca esa fibra personal que todos los que amamos el arte sentimos, incluso si no siempre lo admitimos. Pero aquí, en este caso, lo que realmente me emociona es la oportunidad de ver cómo el autor, Guillermo Villanueva, tiene el valor de crear una escultura tan ambiciosa, tan cargada de significado y tan poderosa en su simbolismo. Rodas trasciende ser únicamente una monumento, es más bien un recordatorio de lo que debería ser una universidad, o más específicamente, una facultad como la de Filosofía y Letras.

Rodas

El nombre "Rodas", un título que evoca al gigante coloso de la antigua Grecia, el Coloso de Rodas, no puede ser más acertado. Hay una gran conexión entre el pasado clásico y la visión moderna que Villanueva quiere transmitir aquí. En la entrada de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua, este gigante de metal, esta figura colosal, se erige a modo de estuviera esperando, observando, listo para recibir a las nuevas generaciones de filósofos, historiadores, literatos y pensadores. Si bien la escultura está aislada, tiene un aire de universalidad, a modo de invitara a todos los estudiantes a enfrentarse a los grandes retos del conocimiento. ¡Vengan, bienvenidos a la grandeza, pero también a la fragilidad del conocimiento humano! Eso es lo que sugiere, en muchos sentidos.

Lo primero que destaca es la mirada fija de la figura. ¡Eso es tan simbólico! La posición en la que está mirando, hacia un horizonte lleno de preguntas y respuestas, a modo de la escultura misma estuviera allí no solo para dar la bienvenida, sino también para desafiar al espectador a mirar más allá, a pensar en el futuro. Pero, y aquí está lo interesante, también es una mirada hacia el pasado, hacia la historia misma de la filosofía, la literatura, y de alguna manera, hacia el presente de esa misma tradición. a modo de Rodas hubiera sido el guardián de todo ese conocimiento acumulado, desafiando a los estudiantes a continuar lo que generaciones de pensadores comenzaron.

La escultura parece transmitir que, a pesar de su tamaño, de su solidez aparente, hay una fragilidad inherente al legado humano, al conocimiento mismo. La destrucción de un legado no tiene por qué ser física, y a menudo, se manifiesta más en el olvido o en el mal uso de ese conocimiento. ¡Eso sí que me hace pensar! El hecho de que esté construida en material reciclado solo hace que todo este simbolismo se amplifique aún más, porque la material reciclado es un material que, por naturaleza, refleja lo que la sociedad considera desechable. Pero aquí está, transformado en algo monumental, algo que nunca desaparecerá de la memoria de quien se enfrente a él.

La estructura está, en una sola pieza. ¡Eso me parece tan significativo! Esa unidad, esa integridad de la forma, parece representarnos la forma en que debemos abordar el estudio de la filosofía y las letras: un todo conectado. No son disciplinas separadas, sino que todas forman una parte integral del ser humano. Al igual que la figura, todo se conecta: los pensamientos de Sócrates, los de Kant, los de Marx, todo se relaciona. Hay una unidad subyacente que podemos tomar y llevar con nosotros.

Todo esto lo convierte en un excelente y fascinante ejemplo de cómo Guillermo Villanueva, usando su estilo, que en este caso es algo más robusto y austero que las cabezas anteriores, logra llevarnos de vuelta a esa idea del Coloso. A través de esa simbología histórica y filosófica, Rodas representa, de manera visual, la resistencia del conocimiento humano frente a los tiempos que cambian y el olvido. En sus ojos se refleja la sabiduría antigua, pero al mismo tiempo, nos advierte sobre la fragilidad de nuestro legado y cómo cada generación debe seguir esa tradición con respeto y responsabilidad.

Así que, cuando uno se para frente a Rodas, trasciende ser únicamente una escultura. Es un llamado. Es un desafío. Es una reflexión profunda sobre la manera en que la filosofía y la literatura nos guían y nos empujan hacia una comprensión más profunda del mundo. ¡Es una obra que no solo te hace pensar, te hace sentir que tienes una responsabilidad al entrar en ese espacio!

La forma en que Villanueva ha logrado reflejar esas tensiones de grandeza y fragilidad, de construcción y destrucción, es impresionante. Sin duda, esta pieza tiene un aire mucho más solemne, y al mismo tiempo, nos invita a reflexionar sobre lo que estamos haciendo con el conocimiento que heredamos, sobre cómo lo usamos y cómo lo preservamos. Es una obra que, aunque en apariencia es simple en su estructura, tiene capas y capas de significado que se abren cada vez que uno decide mirarla con atención.

El búho

¡Ah, el Búho! Qué escultura tan provocadora, tan intrigante, tan distinta a todo lo que hemos visto hasta ahora. Tendrias toda la razón en decir que no parece un búho en el sentido tradicional. Pero ¡precisamente por eso es tan fascinante! Esta pieza no busca parecer un búho, sino evocar lo que el búho significa. Y en ello está su poder.

Búho

Déjame compartirte cómo lo veo: esta obra no representa un animal; representa una idea. Y eso, en el contexto de una Facultad de Filosofía y Letras, es más que apropiado: es brillante. Villanueva no cae en la literalidad ni en la comodidad de la figura reconocible, sino que nos lanza una provocación visual, una abstracción que nos obliga a pensar. Porque, al fin y al cabo, ¿no es eso la esencia de la filosofía? No quedarse en la superficie, sino buscar el significado más profundo, incluso en lo que aparentemente carece de forma.

La escultura se resiste a ser “entendida” a simple vista. No tiene alas, ni ojos penetrantes, ni siquiera ese gesto severo que solemos asociar con el búho como símbolo clásico. Y sin embargo, todo eso está ahí. Solo que no está dado: está sugerido. En la base, el vacío —ese espacio de silencio— no representa ausencia, sino posibilidad. El observador no es un espectador pasivo, sino un creador activo. Cada quien completa la imagen. ¡Eso es pura fenomenología! Pura teoría de la percepción aplicada al arte.

Y ahora, pensemos en el símbolo. El búho es más que un animal sabio. Es el ave que ve en la oscuridad, la criatura que vuela cuando el mundo duerme. Su mirada atraviesa lo oculto. En la tradición griega, el búho de Atenea no solo observa, sino que comprende lo que observa. ¿No es eso lo que se espera del estudiante de filosofía o de literatura? Que vea más allá de lo aparente, que no se conforme con la luz del día, sino que indague en la penumbra de los significados.

Aquí es donde la abstracción se vuelve una declaración poética: este Búho no necesita ojos para ver, porque su visión no es ocular, es intelectual. Es la imagen del pensamiento mismo, esquiva, misteriosa, no del todo revelada. ¿Y qué mejor lugar para colocar esa escultura que la entrada a una facultad dedicada al pensamiento? Es a modo de Villanueva dijera: “Entra si te atreves a ver con otros ojos”.

Además, el hecho de que cada persona lo vea de manera distinta, que el cerebro trate de equilibrar la imagen —como bien señala la maestra Valdiviezo—, es absolutamente coherente con la forma en que nos enfrentamos al conocimiento: incompleto, sesgado, desde nuestro propio ángulo. Cada quien forma su propio “búho” interior. Cada mente construye, reconfigura, completa. ¡Es una metáfora viva del pensamiento crítico!

Y aún hay más. Este Búho está hecho por el mismo artista que nos entregó el Rodas, el Coloso. Y eso no es casualidad. Donde Rodas era monumentalidad y advertencia, Búho es silencio y sugerencia. Es a modo de Villanueva nos dijera que hay dos formas de conocimiento: una que se impone con su presencia, otra que se insinúa y nos obliga a buscar. Búho no enseña, interroga. No impone, propone.

Así que sí, este no es un búho al que puedas tomarle una foto y etiquetar como tal. Es un búho que se oculta en la idea. Es el símbolo destilado, el símbolo vuelto esencia, reducido a lo mínimo para que lo demás ocurra en nosotros. Y eso, para mí, lo convierte en una obra profundamente filosófica. Más que ninguna otra, quizás.

Esta pieza es la entrada no solo a un edificio, sino a una actitud frente al saber: no veas lo que esperas ver. Ve lo que está más allá. Porque en ese espacio vacío, en esa imagen incompleta, se encuentra todo.

Quiero ser honesto, mientras estaba escribiendo mis pensamientos sobre la obra, lo que el autor trataba de decir con ella, no podia ver la imagen de un búho, me parecio una pieza abstracta o simplemente las ideas del autor posiblemente no me habian llegado, pense que mis puntos de vista eran ciertamente vacios con respecto a esta obra; Pero una cosa que no podia sacarme de la cabeza era la forma de la obra y no podia poner mis ideas en el porque, pero despues de razonarlo llegue a la conclusión de que estoy ciego, no solo simbolicamente, sino que tambien fisicamente, porque me eh dado cuenta de que si hay un búho en la pieza, solo que yo estaba interpretando la obra como una metafora, puede ser que esta metafora si esta presente, pero no puedo ver esto realmente, talvez estoy sobrepensando las obras, pero me gusta creer que el arte puede tener varias verdades, que una obra sin significado es la razón por la que su interpretación puede ser tan profunda, y por este hecho, eh dejado esta interpretación que aunque no sabria decirte si es correcta, me gusta creer que permite dar un punto de vista a la obra. Ahora dare un punto de vista diferente tomando en cuenta que ahora si veo el búho.

Guillermo Villanueva diseñó esta escultura para que fuera descubierta, no simplemente vista. No está hecha para que la imagen te salte a la cara, sino para que la mente despierte. Desde ciertos ángulos, sí, puede parecer un conjunto de formas abstractas, pero al posicionarte de forma específica, la figura del búho emerge, a modo de siempre hubiera estado acechando entre las líneas. Y ahí está la genialidad: no se trata solo del qué, sino del cómo y del cuándo se revela.

La maestra Zoraya ya nos había dado una pista brillante: el espacio vacío en la base está ahí para que el espectador complete la imagen. Mi cerebro, al principio, no lo hizo. Pero ahora sí. ¿Qué cambió? Yo cambie. Mi mirada se hizo más aguda, más dispuesta, más abierta. Me aleje, gire, volvi a mirar. y entonces apareció el búho. ¡Es poético! a modo de el propio animal mitológico hubiese salido de la sombra al ver que era digno de entenderlo.

Y esta transición es justo lo que la filosofía —y la literatura también— le pide a quien la estudia: no tomes nada por sentado, vuelve a mirar, cambia tu ángulo, transforma tu percepción. Lo que parecía abstracto era, en realidad, un test para la sensibilidad. Una provocación. Una trampa de sabiduría.

Así que no me eh equivocado al pensar que era abstracto. Solo estaba en el primer estadio del viaje, el del desconcierto inicial. Pero ahora llegue a la segunda fase: la revelación. El búho no apareció ahora. Solo lo encontre. Y ese momento es profundamente filosófico, profundamente humano… y profundamente mío de cierta manera.

¿Qué es un mural?

Un mural no es simplemente una pintura en una pared. Es una intervención visual que transforma el muro en voz, en historia, en manifiesto. A diferencia de las esculturas, que se alzan como presencia física que ocupamos y rodeamos, el mural nos rodea a nosotros con narrativa, con color, con metáforas extendidas sobre la arquitectura misma. Es arte inseparable de su entorno.

El mural nace para ser colectivo. Su tradición —que podemos rastrear desde los frescos de Pompeya hasta los murales de Siqueiros, Rivera, Orozco— siempre ha estado ligada a la expresión de lo social, de lo político, de lo filosófico. El mural es memoria pintada, pero también es pregunta: interpela a quien pasa, lo detiene, le habla desde el muro.

Y en el caso específico de los murales en una Facultad de Filosofía y Letras, el mural se convierte en una suerte de texto visual. Es una lectura sin palabras, pero cargada de símbolos. Es una narración pictórica que se enriquece con cada mirada, que lanza conceptos, reflexiones, mitologías y rostros emblemáticos a través del color y la forma.

¿Qué diferencia a un mural universitario?

El mural universitario no es decorativo, sino pedagógico. No adorna: enseña. No suaviza: cuestiona. Es mural que instruye, que remueve, que acompaña al estudiante en su tránsito cotidiano con silencios visuales llenos de sentido.


Piensa que, a diferencia de un cuadro colgado en una galería, el mural no puede ser ignorado. Está ahí, gigante, ineludible. Habla aunque uno no quiera escucharlo. Y si es un gran mural, lo hace con elegancia, con fuerza, con una complejidad que no abruma, pero que invita. Invita a detenerse. A pensar.

En nuestro recorrido, nos enfrentaremos a imágenes que no solo representan ideas, sino que encarnan las voces del pensamiento. Veremos rostros que han transformado la historia del saber, escenas que dramatizan los conflictos eternos del espíritu humano, símbolos que condensan siglos de búsqueda filosófica y literaria. Nos tocará interpretar no solo con los ojos, sino con la memoria, con la razón y con el corazón.

Así que prepárate. Porque si las esculturas eran puertas, los murales serán pasajes enteros. No sólo los miraremos. Los leeremos. Y en ellos, quizás también nos leeremos a nosotros mismos.

Conocer el Derecho, servir a la Justicia

El mural, al ser una superficie extensa, continua y muchas veces panorámica, no concentra un solo mensaje, sino que permite tejer un discurso plural y fragmentario, donde cada rincón del color encierra un matiz distinto. Este primer mural, “Conocer el Derecho, servir a la Justicia”, es un ejemplo monumental de ello.

Conocer el arte como alegoria del tiempo

Comencemos con la premisa: conocer el Derecho para servir a la Justicia. La pintura no celebra el derecho como sistema, sino como instrumento al servicio de una idea superior: la justicia, esa figura esquiva, ideal, muchas veces mancillada por la historia, pero nunca del todo destruida. Aquí el mural funciona como una narración visual dividida en tres actos —una estructura casi teatral— con tensión dramática, con personajes, con clímax y con crítica.

La luz de la Justicia

Observamos, en la parte superior derecha, la figura femenina con las manos abiertas. La interpretación que ofrece la maestra Valdiviezo es profundamente aguda: esas manos no son de poder, sino de acogida. Se da la bienvenida a las leyes —sí, pero a las leyes justas, a las que nacen del pensamiento ético y no del capricho institucional.
El blanco que baña esta figura trasciende ser únicamente cromático: es simbólico. La justicia es la luz no por ser ciega, sino por ser visión. Una visión que no excluye, sino que aclara. Esta zona luminosa contrasta profundamente con los sectores sombríos del mural, porque en esta pintura el color es lenguaje, no adorno.

El lado izquierdo: la distorsión y la sombra

Aquí el mural se ensombrece y se vuelve ferozmente crítico. La mujer atada frente al juicio representa el fracaso del sistema legal cuando se separa de la ética. El juicio no es ya tribunal, sino espectáculo. Se nos muestra la historia deformada de la justicia, aquella que sirvió al poder y no a la equidad. La figura que vacía objetos consumistas es desgarradora. Representa a un ser alienado, reducido a su función de consumidor, incapaz ya de elevarse a lo espiritual o a lo moral. El mural aquí grita: lo moderno no siempre es progreso.
Y no se detiene ahí. El artista se atreve incluso a introducir el comunismo como figura crítica, no en tono propagandístico, sino como parte de una búsqueda de equilibrio ante el caos consumista. Pero también se presenta con sus sombras: nadie escapa al juicio del arte cuando este se vuelve ético y honesto.

Un mural que no ilustra: interpela

Este mural no nos dice qué pensar. Nos sitúa entre fuerzas. Nos habla desde un espacio visual, sí, pero también desde una tensión filosófica. Porque aunque su título habla del Derecho y la Justicia, lo que realmente representa es la batalla espiritual de toda sociedad moderna: la entrecruzada de intereses, valores, dogmas y esperanzas.
Aquí el arte deja de ser bello para ser poderoso. Ya no busca gustar: busca mover. Es un mural que exige al espectador reflexionar, como un texto de Dostoievski o un ensayo de Walter Benjamin. No se mira de paso: se queda. Nos deja distintos de como llegamos.

Conocer el Derecho, servir a la Justicia

El hombre lobo del hombre

El hombre lobo del hombre

“El hombre lobo del hombre” de Aarón Piña Mora, no solo es la última pieza de nuestro recorrido —es un clímax conceptual y emotivo, un golpe final de tambor en esta sinfonía visual y filosófica que hemos atravesado juntos. Y si me lo permites, voy a entregarme por completo a lo que esta obra representa —no solo como imagen, sino como eco de todo lo que hemos hablado.

El arte como espejo del abismo humano

Desde su título, la pieza nos lanza al corazón del dilema humano: “El hombre es el lobo del hombre” —un eco de Hobbes, sí, pero también una advertencia eterna: nuestro peor enemigo habita dentro. Y es aquí donde el arte de Piña Mora se vuelve radical, porque no retrata la lucha contra lo externo, sino contra lo íntimamente monstruoso, ese ser oculto en nuestras sombras, en nuestros impulsos, en nuestras contradicciones.

La neutralidad cromática no es un recurso decorativo: es la atmósfera gris del conflicto interior, la paleta moral de una guerra sin claridades, donde la luz no redime y la oscuridad no condena del todo. Porque aquí, el bien y el mal no están enfrentados como en los viejos relatos mitológicos: están entrelazados en un mismo cuerpo, en un mismo ser.

La composición como filosofía encarnada

La simetría que tan acertadamente señala la maestra Valdiviezo no es mero equilibrio plástico: es el espejo de nuestra dualidad. Esta obra no se conforma con mostrar lucha, sino que la estructura como un combate equilibrado, a modo de dijera: en cada intento de elevarnos, hay una fuerza igual que nos hunde. El equilibrio no es paz: es tensión sostenida, eternamente renovada.

Y en esa cima de la imagen, casi como un rayo de esperanza, se eleva la figura femenina con los brazos abiertos. La Liberación. ¡Ah, qué gesto tan valiente! No es victoria, no es gloria. Es el intento perpetuo de emanciparse de uno mismo, de romper las cadenas que nosotros mismos hemos forjado. Y esa liberación, como bien apuntas, no es física ni siquiera social: es metafísica. Es profundamente filosófica.

Un mural que resume toda nuestra travesía

Esta obra es una conclusión, sí, pero también es un espejo de todo lo que hemos visto. Porque si te detienes un momento, verás que cada monumento y cada mural que hemos explorado han orbitado alrededor de una misma preocupación esencial: ¿Quiénes somos como seres pensantes, como individuos dentro de una comunidad, como herederos de la historia, como seres con un alma que busca redimirse?

Desde la dignidad de Freire hasta la mirada sabia del búho, desde la crítica al consumismo hasta la luz justa de la mujer que da la bienvenida a las leyes, todo nos ha traído hasta aquí. Hasta este mural que no propone una solución, sino que nos entrega la pregunta definitiva:


“¿Podrás tú liberarte de ti mismo?”

A ti, como guía y testigo

Y si me lo permites, quiero dirigirme a ti, quien ha armado esta ruta, quien ha dado vida a estas piezas a través de tus palabras, tu sensibilidad, tu visión crítica. Has sido un verdadero mediador entre la obra y la mirada, y eso es una de las tareas más nobles que existen. Porque el arte no solo necesita creadores: necesita intérpretes apasionados, que lo reanimen, lo difundan, lo cuestionen. Has recorrido este corredor no solo con ojos atentos, sino con alma abierta. Y eso, al final, es lo que vuelve a este viaje inolvidable. Gracias por llevarme contigo.

Conclusión

Al culminar este recorrido por el Corredor Escultórico y los murales de la Facultad de Filosofía y Letras, no solo hemos observado obras: hemos conversado con ellas. Nos han interpelado, han despertado preguntas, nos han confrontado con nuestras contradicciones y, en algunos casos, nos han ofrecido destellos de esperanza.

Cada escultura y cada mural —desde la serenidad sabia de Emilia Currás hasta el estremecimiento existencial de El hombre lobo del hombre— ha demostrado que el arte trasciende ser únicamente ornamento ni simple homenaje. Es, en su forma más plena, una herramienta de pensamiento, de crítica, de transformación interior.

La escultura nos regaló cuerpos detenidos que hablaban del tiempo, del conocimiento, del poder y del compromiso. Los murales, en cambio, desplegaron escenas en movimiento que invitan a pensar la justicia, el consumismo, la libertad y el conflicto humano desde una mirada más simbólica, más abierta y más crítica.


Pero más allá de las técnicas, los estilos o los autores, lo que une a todas estas piezas es una misma vocación: ser puentes entre el arte y la conciencia. En ellas se inscriben las grandes preguntas de la filosofía, los desafíos de la historia, los dilemas éticos de nuestra era, y sobre todo, la urgencia de vernos a nosotros mismos con verdad y con coraje. Este corredor trasciende ser únicamente un espacio físico entre muros: es una travesía espiritual. Un diálogo entre generaciones, entre disciplinas, entre lo académico y lo sensible. Y si hemos aprendido algo de él, es que el arte no nos da respuestas cerradas. Nos entrega posibilidades de sentido, espacios de interpretación, silencios que resuenan.

Al despedirnos de estas obras, no las dejamos atrás: nos las llevamos dentro. Porque todo lo que hemos sentido, todo lo que nos ha inquietado, todo lo que nos ha conmovido —ya forma parte de nuestra mirada. Y si esa mirada se vuelve más justa, más lúcida, más humana. entonces este recorrido habrá cumplido su fin más alto.