El Búho
Autor: Guillermo Villanueva
Año: 2023
Ubicación: Entrada de la Facultad de Filosofía y Letras
Altura: 180 cm
Longitud: 68 cm
Profundidad: 30 cm
No hay mejor metáfora para iniciar el recorrido en una Facultad dedicada al pensamiento que esta figura enigmática: el Búho. Pero no es un búho cualquiera —y, de hecho, no lo parece—, sino una abstracción que exige del espectador más que una mirada: le exige una búsqueda. Villanueva no ofrece un animal reconocible, sino una presencia latente que se revela solo a quienes se atreven a ver de otra manera.
El Búho, aquí, no es forma, sino símbolo. No se impone: se sugiere. En un primer acercamiento, la escultura puede parecer simplemente una composición de volúmenes abstractos. Y esa ambigüedad es deliberada. Es, en sí misma, una provocación filosófica. La obra se rehúsa a la comprensión inmediata; se resiste a ser “captada”. ¿No es acaso ese el primer paso en todo proceso de pensamiento crítico? Dudar, desestabilizar lo aparente, permitir que el desconcierto nos enseñe.
Confieso que, al principio, no pude ver al Búho. Y no me refiero solo al aspecto físico. Mi interpretación inicial se mantuvo en el plano de lo conceptual: vi metáfora, vi vacío, vi símbolo. Me atrapó la idea de que el arte no necesita evidencias para ser profundo. Pero algo me inquietaba: la forma. Una insistencia callada en mi percepción me llevó a detenerme, a rodear la escultura, a observarla con otros ojos. Y entonces ocurrió: el Búho apareció. No porque la obra hubiera cambiado, sino porque mi mirada lo había hecho.
"Ese momento de revelación — tan sutil como transformador — es exactamente el gesto que la filosofía nos exige. No aceptar lo inmediato, sino trabajar por la visión. El espacio vacío en la base, no representa una falta, sino una invitación: el observador debe completar la imagen. Y cada quien lo hace desde su ángulo, desde su disposición interior. El conocimiento no se impone: se encuentra." (Lic. Zoraya Xochitl Valdiviezo Cardoza, Entrevista personal, 2 de abril del 2025).
Villanueva ya nos había hablado antes desde el acero y la forma abstracta —en obras como Rodas o Freire—, pero aquí cambia el tono. Donde otras esculturas comunican fuerza, aquí hay silencio. Donde otras aluden a la historia, aquí hay sugerencia pura. Y, sin embargo, el mensaje es claro: el pensamiento no se enseña, se provoca. El conocimiento no se da, se despierta.
Este Búho es, así, un umbral. No solo marca el acceso físico a la Facultad, sino también la actitud con la que se debe cruzar ese umbral: dispuesto a ver lo que no está dado, a completar lo que falta, a tolerar la ambigüedad hasta que se convierta en comprensión.
La experiencia personal de no ver, luego ver, y finalmente entender, es un pequeño viaje iniciático. Primero viene el desconcierto, luego la búsqueda y, al final, la revelación. Pero lo más poderoso es que ese hallazgo no es universal: es íntimo. Lo que aparece ante uno lo hace solo cuando se está preparado para verlo. Y esa es la enseñanza más profunda que esta escultura nos deja: la sabiduría no está en el objeto, sino en el proceso.
Este no es un Búho para fotografiar. Es un Búho para descubrir. Para ser descubierto. Una figura que no representa, sino que encarna la experiencia filosófica: mirar, no con los ojos, sino con la mente despierta.