Hipatia y su Silencio Lógico
Autor: Guillermo Villanueva
Año: 2023
Ubicación: Corredor Escultórico, Universidad Autónoma de Chihuahua
Altura: 55 cm
Longitud: 36 cm
Profundidad: 34 cm
En el trayecto del Corredor Escultórico, cuando uno camina sin apuro, la figura de Hipatia aparece como un pensamiento detenido. No es un retrato en el sentido clásico, sino una evocación de su presencia intelectual. Una cabeza solitaria hecha de metal reciclado, sin cuerpo, sin brazos, sin boca. Y, sin embargo, intensamente elocuente. Su sola existencia nos confronta con una paradoja: la permanencia hecha de lo desechado, la profundidad expresada con lo inacabado.
Hipatia de Alejandría —filósofa, matemática, astrónoma, maestra— ha atravesado los siglos más como símbolo que como biografía. Villanueva capta precisamente eso: no la imagen fija de una mártir, sino la vibración persistente de una mente que se negó a extinguirse. La obra, construida con materiales que ya tuvieron una vida, carga con la oxidación como estética y como signo de tiempo. Y, sin embargo, el óxido no domina: solo sugiere una sabiduría que sobrevive a pesar del desgaste, una historia que persiste aunque fragmentada.
La escultura se erige en una estructura piramidal que, como ha señalado la Maestra Zoraya Valdiviezo, "guía la mirada hacia arriba, hacia la frente: la sede del pensamiento, del rigor lógico, de la contemplación. No es un gesto casual. Es una forma que remite a la jerarquía del saber, a las ideas puras del neoplatonismo que Hipatia enseñaba en Alejandría, y que aquí se invocan sin mármol ni simetría, sino con chatarra y huecos. Una mente reconstruida con piezas rotas." (Lic. Zoraya Xochitl Valdiviezo Cardoza, Entrevista personal, 2 de abril del 2025).
La abstracción es esencial. Villanueva no ofrece certezas ni adornos. La figura, incompleta, parece más bien emerger del suelo en un gesto silencioso de resistencia. Esa ausencia de cuerpo es una elección significativa: desplaza el foco desde el drama de su muerte hacia la fuerza de su legado intelectual. No hay símbolo religioso, ni gesto heroico, ni narrativa impuesta. Hay, en cambio, una invitación a pensar, a interrogar, a no conformarse con la superficie.
La escultura no intenta explicarla: la invoca. Y en su ambigüedad radica su potencia. La obra no se agota en lo que muestra, sino que abre un espacio de pensamiento. Nos deja suspendidos entre épocas, entre materiales, entre saberes. Como Hipatia misma, que en vida habitó la frontera entre lo clásico y lo cristiano, entre el conocimiento y el dogma.
Quizá lo más hermoso de esta pieza es ese aire melancólico que se desprende de sus aristas oxidadas y de sus vacíos. Un eco antiguo, una luz que se filtra y transforma el metal en evocación. No hay nada definitivo aquí, salvo una certeza: Hipatia sigue pensando, incluso cuando nosotros aún no estamos listos para entenderla.