Miguel de Cervantes Saavedra: Un retrato oxidado del genio literario

Autor: Guillermo Villanueva
Año: 2023
Ubicación: Corredor Escultórico, Universidad Autónoma de Chihuahua
Altura: 50 cm
Longitud: 45 cm
Profundidad: 48 cm

En el Corredor Escultórico de la Universidad Autónoma de Chihuahua, entre el murmullo de pasos y pensamientos que transitan día a día, emerge una figura singular, silenciosa pero elocuente: Miguel de Cervantes Saavedra, escultura realizada por Guillermo Villanueva en 2023, quien ha hecho del metal reciclado su medio expresivo y de la memoria cultural, su materia prima. Esta obra no solo homenajea al creador de Don Quijote de la Mancha, sino que lo resucita en un lenguaje visual cargado de símbolos, texturas y resonancias filosóficas.

Desde su primera impresión, la escultura se impone como un fragmento de tiempo atrapado en el presente. Construida en chatarra y expuesta a la intemperie, la figura se oxida sin pudor, como si su materia proclamara una verdad esencial: que incluso los legados más ilustres son susceptibles al paso del tiempo. Pero aquí, la oxidación no es signo de descuido, sino de sentido. El desgaste forma parte del discurso Es, como sugiere la maestra Zoraya Valdiviezo, "una estética olvidada, un aura de antigüedad deliberada que convierte el óxido en metáfora. La obra nos recuerda, sin ambigüedades, que todo lo sólido también se erosiona: la historia, la literatura, los mitos, incluso nuestras formas de mirar el mundo."

"Formalmente, la escultura se aleja del retrato tradicional para ofrecer una interpretación abstracta y potente. La figura de Cervantes no está delineada con exactitud anatómica, sino con la libertad del símbolo. Cada ángulo propone una nueva lectura, una nueva posibilidad de reconocer al genio detrás del metal. Su composición piramidal asegura que no exista pierde: desde cualquier punto de vista, la obra mantiene su presencia con intensidad conceptual. Es una figura que desafía al espectador, como lo hace el Quijote mismo con la realidad que lo rodea."

En ese sentido, esta pieza dialoga profundamente con el espíritu cervantino. Don Quijote no fue solo una novela, sino una declaración de guerra contra los límites de la realidad; una celebración de lo ilusorio, de lo absurdo, de la imaginación como forma de resistencia. Cervantes escribió en un tiempo de quiebre cultural, y su obra reflejó ese vértigo. De manera análoga, Villanueva modela a Cervantes desde los fragmentos, desde lo descartado, desde lo que el tiempo ha corroído. Y, sin embargo, en esa materia inestable el artista encuentra solidez; en lo que parece ruina, descubre una forma de permanencia.

La ubicación de la escultura, en pleno corredor universitario, no es azarosa. Allí, donde convergen saberes, pasos, conversaciones y silencios, Cervantes observa, sugiere, invita. Es un punto de intersección entre la historia de la literatura y el presente vivo de la educación. Su presencia no solo embellece el entorno, sino que lo transforma en un aula abierta, donde el arte y la palabra se entrelazan. Cada estudiante que cruza ese corredor se encuentra, quizás sin notarlo al principio, con una figura que encarna el corazón de las Letras Españolas: la lucha constante entre la ilusión y la realidad, entre la nobleza de los ideales y la crudeza del mundo.

La técnica de Villanueva —esa conjunción de fragmentos metálicos y visión artística— logra lo que muchos retratos fallan en alcanzar: capturar el espíritu, no solo la forma. En este caso, el retrato de Cervantes es un eco, una sombra, un vestigio brillante entre la herrumbre. Su figura, aunque abstracta, está cargada de presencia, como si el propio autor de Don Quijote nos estuviera mirando con ironía, con melancolía, o quizás con esa ternura burlona que supo dar a su caballero andante.

El metal, expuesto al aire y al tiempo, transforma la escultura en un organismo que vive y envejece. Su color cambia, su textura se modifica, su superficie se torna más áspera, más frágil, más verdadera. Ese proceso no es solo físico: es profundamente simbólico. La oxidación como narrativa, como historia escrita en la piel de la obra. Nos habla del olvido, pero también de la memoria; de la decadencia, pero también de la resistencia de los grandes nombres, de las ideas que se niegan a desaparecer.

Así, Miguel de Cervantes Saavedra, en su forma oxidada, en su gesto estático y, sin embargo, dinámico, se convierte en un testimonio silencioso de lo que significa dedicarse a las letras; de lo que implica estudiar literatura en una época donde el vértigo digital y el ruido cotidiano amenazan con silenciar la profundidad. Esta escultura, en su forma y en su fondo, es un llamado a la contemplación, a la reflexión y al respeto por los legados que aún hoy nos interpelan.

No es una figura decorativa: es una presencia. Y, como toda presencia poderosa, nos recuerda que cada generación está llamada a reinterpretar, a cuidar y a revivir a sus gigantes. Villanueva no ha esculpido solo a Cervantes. Ha tallado, en metal y óxido, la promesa de que la literatura sigue viva. Y lo ha hecho justo donde debe estar: en el corazón mismo del saber universitario.